jueves, 28 de junio de 2007

Retratos: Sala de espera

Podías odiarla. No era difícil. Estéticamente, Ximena era todo lo que debía ser. Leía Cosmopolitan y veía Sex and the city. Sabía quien era Ferran Adrià y miraba películas de Gus Van Sant. Aunque si llegabas a conocerla, entendías que a pesar de todo, lo que más le gustaba era mirar comedias románticas. A mí al menos, me costó. En clases era crítica y en el patio podía ser muy pesada. Pero si te la topabas en su casa un domingo, usando un pantalón de buzo, con un cintillo sobre su cabeza y sujetando una taza de té, te quedaba claro. Ximena quería que algo grande le pasara. Quería un evento. Y los eventos, suelen ser accidentes improbables. Aunque nunca dejen de ocurrir. Por eso la espera. La vida que soñó, en algún minuto tendrá que comenzar.

miércoles, 20 de junio de 2007

jueves, 7 de junio de 2007

Autoretrato: Huérfano

La historia es simple.
Demasiado.
1991.
Marzo.
Un profesor de religión.
Un profesor de religión haciendo clases en un primero básico.
Pero no es un primero básico cualquiera.
Es un colegio inglés.
Un trampolín para nuevos ricos.
Un ascensor de la pirámide social.
Y ahí estoy yo.
Un niño de 5 putos años.
Padre judío (no practicante)
Madre católica (no tan practicante)
Un niño de 5 putos años, sin sacramento alguno.
El único en la clase.
Y el profesor de religión, que además era amanerado, lo dice:
“Entramos al reino de Díos, cuando somos bautizados. Ahí nos hacemos sus hijos”
Un profesor de religión, me había dicho que no era hijo de Díos.
Yo le hice caso.



jueves, 24 de mayo de 2007

Profesión: Artista (solemne)

En la vida hay dos tipos de nombres. El que te dan, y el que te inventas. Cristián Núñez se había inventado dos. Así que los unió. Pero quizás, nunca se había dado cuenta de que funcionaban, hasta que los empezó a escribir. No una, sino que varias veces. Y siempre a un costado de su trabajo. Chinomestizo sonaba bien. Y se veía mejor. Porque con Cristián Núñez, simplemente no funcionada. Se quedaba corto. En forma y en fondo. Hacerse un nombre, significa parirse otra vez. Duele. Pero para alguien que viene de otro lugar, no puede haber otra forma. Chinomestizo no podía ser de este mundo. Así que necesitaba intervenirlo. Podías verlo en los papeles, muros y calles donde habita.
Él era artista.
La vida te da dos nombres. Pero hay tipos que se ganan tres. De lunes a viernes, Cristián pasaba a ser míster. Enseña arte en un colegio inglés. Y consigue hacerlo a su manera. Con zapatillas y corbatas de la ropa usada. La vida, te enseñan, es un proceso donde quemas etapas. Dónde avanzas y olvidas. Pero de alguna forma, a pesar de los cuarenta, él seguía manteniendo su capacidad de asombro. Con actos tan sencillos, como cuando un niño tomaba un papel y un lapiz y se ponía a dibujar. Eso era lo que lo mantenía ahí. De lunes a viernes, hacía de amigo y padre adoptivo a quien lo necesitara. Pero las semanas también se acaban. Y ahí, Cristián dejaba de ser Núñez. Y volvía a ser Chinomestizo. Pescaba su auto y manejaba las tres horas hasta Pichilemu. Ahí es donde espera a que algo pase. Un evento, por ejemplo. Como que su trabajo o su nombre, se den a conocer. Pero hoy es jueves. La playa, los amigos y la vida que soñó, aún tendrán que esperar. Por lo menos, hasta que la campana vuelva a sonar.














































































































































jueves, 3 de mayo de 2007

Trabajo 3: Su propina es mi sueldo


























































Tiene nombre. Se llama Carlos Acevedo.

miércoles, 25 de abril de 2007

Trabajo 1: Una buena foto


El Palladium se venía abajo. Probablemente, el público neoyorquino nunca había visto algo parecido. Eran los Clash. No hacía falta más. Strummer, Headon, Simonon y Jones. No eran los Beatles, no se parecían a los Stones. Así y todo el Palladium, la Meca del punk rock, se derrumbaba. Puede que uno no haya tenido la suerte de estar ahí. Muchos de los que hoy tributan de los Clash, no habían siquiera pensado nacer esa noche del ’79. Pero incluso aunque no hayas nacido, te puedes hacer una idea de lo que estaba pasando. En Nueva York y en el mundo. En Chile también.

Simonon estrelló su bajo contra el piso un 21 de septiembre. Lo hizo de un solo impulso. Lo hizo fuerte. No es necesario tener 28 años para saber lo que es golpear algo fuerte. Duro y contra el piso. Era una sensación que se vivía. Dentro y fuera del Palladium. Te gustara el punk rock, o no.

Si has tocado en una banda, sabes que si aguantas lo suficiente, te vas a encontrar con ese momento. Ese minúsculo espacio en el tiempo en donde genuinamente puedes entregarte y todo va a salir bien. Hay quienes buscan toda una vida ese puto y jodido momento. Es caprichoso, tiene que serlo. Porque la música es sacrificio. El asunto es saber cuándo. Hendrix lo supo e incendió su guitarra. Murió un par de años después.

El punk a diferencia de otras pasiones, como el fútbol, es crudo. No hay abrazos ni vueltas olímpicas. No hay relamidas canciones de tablón. En el punk, no hay opciones de ganar. Se pierde siempre. Por eso la rabia. Aún así, esa noche daba la impresión de que algo grande podía pasar. Entonces, por un breve segundo, Paul Simonon sintió el clic. Un arranque de adrenalina. Después de tres años de anonimato mundial. De peleas y pobreza. De tocatas en lugares mugrosos y pequeños, los Clash lo iban a lograr. Cuatro tipos y algo urgente que decir. Es todo lo que se necesitaba. Ese ataque de escalofriante lucidez se le vino a Simonon a la cabeza. Le quemó los dedos. Y él, con un sólo impulso, tomó su bajo por el cuello y explotó. El instrumento se deshizo en el aire. Los pedazos volaban y parecían suspenderse. Lo único que quedó fue el sonido.

Todo eso quedó gracias a una mujer. Pennie Smith estaba al costado, con su cámara lista. Pero su mérito no fue el oportunismo, sino que el entendimiento. Todo lo que el punk significa está ahí. El blanco y el negro. El sujeto sutilmente desenfocado. La luz que se le mete por la espalda. Su foto es cruda, pero deja con ganas de más. Un tipo que se quiebra por algo súbito e impredecible. Un tipo con algo urgente. Un bajo apunto de volverse a parir, que de pronto se detiene. Y esa indescriptible sensación visceral, de algo que nunca más se volverá a repetir.